viernes, 30 de enero de 2015

Más sobre Rankings de Universidades

La publicación del ya famoso ARWU Ranking, o ranking de Shanghái, ha supuesto un cambio radical en el discurso político sobre las Universidades, especialmente en España, que alguien con conocimiento en estos asuntos debiera analizar en profundidad e intentar explicar. Lo que nació como una clasificación para uso interno en un país, China, se ha convertido en una referencia casi sagrada que está sirviendo incluso para definir dudosos objetivos en las políticas de educación e investigación: que alguna de nuestras Universidades figure entre las 100 mejores del mundo.

La constatación de que ninguna de nuestras Universidades aparezca en ese selecto grupo, y haya relativamente pocas en las centenas siguientes, ha sido una suerte de excusa para denostar todo el sistema universitario y exacerbar hasta límites no conocidos hasta ahora la crítica a sus defectos y carencias: ineficiencia, endogamia, corporativismo, gobierno clientelar, etc, etc. Personalmente no creo que esta concentración en el espacio y en el tiempo de críticas negativas sea casualidad, como tampoco lo son las que, desde un planteamiento diferente, utilizan la excusa de que muchos miembros destacados de Podemos sean “universitarios” para, acusándoles a continuación de revolucionarios ociosos que incumplen sus obligaciones, extender la crítica a la Universidad. No deja de ser curioso también que en un reciente estudio de la Fundación Europea Sociedad y Educación sobre “Opiniones de los Españoles sobre sus Universidades” se pregunte sobre la importancia de los rankings y se concluya que “unos dos quintos (de los encuestados) habían oído hablar de ellos y la inmensa mayoría de los encuestados (77,4%) consideró muy o bastante relevante el que hubiera (o no) alguna universidad entre las 200 primeras”.

Vaya por delante que creo efectivamente que hay muchas cosas que no funcionan bien en la Universidad. Llevo muchos años en ella, conozco unas cuantas y las he visto desde todos los ángulos: alumno, profesor, investigador y gestor. Es cierto que los que estamos dentro tenemos mucha responsabilidad en aquello que no funciona, pero también es cierto que los que intentan desde dentro cambiar para arreglarlo, chocan no sólo con los que, también desde dentro, lo dificultan, sino sobre todo con un marco normativo y unas estructuras que lo hacen casi imposible. Hay que añadir, por cierto, que nadie con responsabilidades de gobierno se ha atrevido a abordar este cambio, y sólo hemos visto en estos últimos años tomar medidas parciales, inconexas, incoherentes, nacidas además sin el necesario consenso.

Pero aparte del empecinamiento de algunos medios de comunicación influyentes para atacar de forma sistemática a la Universidad (pública) española, creo que hay dos motivos fundamentales que facilitan que ésta se encuentre siempre en el foco de las miradas y por tanto las críticas. El primero tiene que ver con el propio carácter de los que formamos parte de la institución. Nuestra tarea investigadora nos exige una aproximación crítica y objetiva a los problemas, que evidentemente aplicamos también a la visión sobre la institución que nos da trabajo. El segundo motivo tiene relación con la continua y sistemática evaluación a la que se ve sometida nuestra tarea: se evalúan titulaciones, centros, proyectos de investigación y, por supuesto, la actividad personal, tanto docente como investigadora. Las evaluaciones pueden tener sus deficiencias, pero dudo de que haya otro colectivo público e incluso privado sometido a semejante presión evaluadora.

Esto sin duda explica que muchos de los informes u opiniones más demoledores sobre el sistema universitario público hayan sido elaborados por expertos de dentro de la casa aunque habría que matizar que, en bastantes de estos casos, el término “experto” puede aceptarse si se refiere a su labor investigadora o docente, pero es de dudosa aplicación sobre su conocimiento de la legislación y normativa universitaria, y de la gestión de la institución.

Pero volviendo al famoso ARWU Ranking, me gustaría que hubiese alguno similar para hospitales, juzgados, parlamentos autonómicos, servicios municipales, e incluso para empresas e instituciones privadas. Ahora bien, si me dicen que el hospital público al que me toca acudir no está entre los 100 mejores del mundo no voy a temblar pensando que la atención sanitaria que recibo es deficiente. Muy al contrario, confío en sus profesionales y en su trabajo. Que no hubiera ninguno español tampoco me llevaría a pensar que nuestro sistema público de salud es un desastre.

Puestos a buscar algo con lo que comparar, y dado que la clasificación de las Universidades se basa casi en exclusiva en la investigación que realizan, se me ocurre utilizar el “R&D Industrial Scoreboard” publicado por la Comisión Europea que mide la inversión en investigación de empresas en todo el mundo, y que por tanto da una idea de en qué medida el sector privado se esfuerza en hacer investigación. Si analizamos las primeras 100, encontraríamos dos españolas, en concreto Banco de Santander y Telefónica. Seguro que la mayoría de los que lean esto, yo el primero, se sorprenderán de encontrar una entidad financiera entre las que más dedican a investigación. Si nos vamos al grupo de entre 100 y 200 primeras, habría que añadir una más (Amadeus), y tenemos que alargarnos hasta las 400 para encontrar a otra (Indra). En suma, tendríamos cuatro empresas españolas entre las 400  mejores (en términos de esfuerzo en I+D), y seis entre las 500. La pregunta es ¿cuántas universidades hay en esos mismos rangos? Pues exactamente el doble: ocho entre las 400 primeras, y doce entre las 500.

Estos son los datos, y ahora cada cual puede hacer sus interpretaciones. Las mías son las que siguen:
  •      En un país donde la investigación y la innovación no son una seña de identidad y menos una cuestión de estado (véase también Innovation EU Scoreboard 2014, donde España es clasificado como “Moderate Innovator”), podría decirse que las Universidades están por encima del nivel medio del país y del sector industrial en estas cuestiones. Datos, como por ejemplo el porcentaje de patentes por sectores, refuerzan esta idea.
  •      Las posiciones individuales de universidades, entidades o empresas en determinadas clasificaciones no pueden utilizarse para valorar la situación y posición internacional  relativa de un determinado sector de actividad, y mucho menos para guiar políticas educativas, de I+D+i o económicas. Del mismo modo que tener dos empresas entre las 100 primeras en investigación del mundo no coloca a nuestro país por encima de la media en innovación en la UE, el no tener ninguna universidad no sitúa a nuestro sistema universitario por debajo. No sería difícil concentrar esfuerzos políticos y económicos en aupar a un par de universidades entre las 100 primeras del mundo a costa de dejar al resto del sistema universitario incapaz de responder a las necesidades formativas y de investigación del país.

Creo que todos deberíamos ser más críticos a la hora de abrazar entusiásticamente clasificaciones sin conocer la metodología, los objetivos y el alcance con que se han realizado, y evitar utilizarlas como argumento, e incluso como arma arrojadiza. A la Universidad, además de su labor fundamental en la educación superior y la investigación, debe exigírsele una función social contribuyendo a crear una sociedad de ciudadanos formados, comprometidos, y con espíritu crítico. Y eso es algo que nada tiene que ver con la posición en un ranking.