En una reciente jornada de la Fundación General CSIC con el título "¿Cómo Medimos la Ciencia?", uno de los ponentes mostraba unos datos en los que, según su
interpretación, el aumento de la productividad científica española en términos
de artículos en revistas indexadas se debía mucho más a los “sexenios”, que al
dinero destinado directamente a la investigación que en realidad solo ha
crecido de forma significativa en este siglo. Lo curioso es que el incentivo en
cuestión siempre ha supuesto para los investigadores mucho más una cuestión de
prestigio que de remuneración económica. No por casualidad a los sexenios se
les llamó desde un principio “gallifantes”, en referencia a los premios
otorgados a los participantes en un concurso infantil que consistían en un
muñequito. El término ya no se usa tanto, fundamentalmente porque los investigadores
más jóvenes ni siquiera han oído hablar de este concurso presentado por Sardá.
Los sexenios son un buen ejemplo de cómo con unos pocos gallifantes
o caramelos como incentivo los investigadores de este país, muy en especial los
universitarios, hemos sido capaces de seguir la dirección que se nos marcaba, y
con un coste económico muy bajo. En realidad, y desde un punto de vista
salarial, los sexenios solo suponían a quien los conseguía cierta recuperación
del poder adquisitivo perdido por subidas de sueldo siempre por debajo del IPC.
Estoy seguro de que si en lugar de exigir publicaciones para obtener sexenios,
se nos hubiese pedido, por ejemplo, registrar patentes, en este momento España
sería uno de los países con mejor índice de patentes del mundo.
Pero el caramelo más reciente (de tamaño adoquín aragonés),
ha venido de la mano de los Campus de Excelencia. En este caso nos daban un
caramelo que nos podíamos comer, a ser posible agregadamente entre varios, con
la condición de devolver otro, un poco mayor, cuando fuéramos mayores y
personas excelentes. Como buenos chicos, nos hemos puesto de acuerdo para
gestionar bien ese caramelo y que, a pesar de no ser muy grande, nos dure unos
cuantos años. Mientras lo íbamos relamiendo lentamente, hemos conseguido tras
alguna disputa inicial por el reparto, hacernos buenos amigos, e incluso hacer
planes de futuro juntos. Claro, que no
éramos conscientes de que, mientras nos empleábamos en el caramelo, nos han
cambiado el profe. El nuevo profe, al que preocupan mucho las cuentas del cole,
ha decidido que es mejor que le devolvamos el caramelo a medio chupar, y volver
a envolverlo, no sea que le reprendan desde la dirección. Y eso que nuestros
papis le habían asegurado que cuando fuéramos mayores les devolveríamos otro
caramelo igual, un poco más grande.
Lo cierto es que, lejos de montar la marimorena, nos lo
hemos tomado con resignación y hemos pensado que, ya que nos habíamos hecho tan
amigos gracias al caramelo, vamos a seguir con nuestros planes de futuro
juntos.
Hasta ahora ha sido aparentemente muy fácil, y rentable a
pesar de lo que muchos dicen, movilizar a las Universidades con tan poca cosa.
El problema es que ya nos han saturado de chuches, y lo peor, estamos cansados
de que se nos engañe como a niños. ¿Alguien se imagina lo que se podría
conseguir si, en lugar de darnos y, hasta solo enseñarnos caramelos, se
pusieran medios y se orientaran en la dirección adecuada?. Claro que para eso hay
que saber qué país se quiere y qué universidades éste necesita, y me temo que
se está aún lejos de saberlo.
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