Un millón y medio de euros (1,5 M€) es lo que le cuesta a la
Universidad Pública de Navarra la suscripción anual a revistas científicas y
bases de datos, una cantidad nada despreciable comparada con los
aproximadamente veinte millones de presupuesto de gasto total (descontando
personal). Todo investigador sabe que el acceso a la información científica,
actualizada, es condición necesaria para
poder hacer investigación, sea cual sea el ámbito de conocimiento. Por tanto,
la necesidad de mantener el acceso a las publicaciones científicas es
absolutamente incuestionable, y sería sin duda el último lugar en el que cualquier
científico se plantearía hacer el mínimo recorte.
Sin embargo, el debate surge cuando uno analiza por qué
resulta tan caro mantener el acceso a las revistas científicas. Las revistas se
nutren de un material, los artículos, que los investigadores producimos como
fruto de nuestra investigación y por el que no percibimos un solo euro de las editoriales.
Por otra parte, quienes se encargan de mantener el nivel científico de esas
revistas somos los propios investigadores que, en nuestro papel de revisores
(el conocido sistema “peer review”), valoramos los artículos que nuestros
colegas escriben, y también sin cobrar. Además, los comités científicos de las
revistas se componen de reconocidos académicos o investigadores que, en
general, no reciben remuneración alguna. Por si todo esto fuera poco algunas
publicaciones de prestigio se permiten además cobrar a los autores en concepto
de “contribución a los costes de publicación”. De ahí que, por muchas
explicaciones que quieran darnos, resulta difícil entender lo elevado de los
precios del acceso a toda esta información, y menos aún ciertas políticas de
las editoriales que, en régimen casi monopolístico, nos obligan a comprar
paquetes de revistas en los que se incluyen un buen número de títulos que no nos
interesan. La crisis económica ha puesto más al desnudo estas contradicciones,
más dramáticas si cabe con el intento por parte de la mayoría de editoriales de
elevar los precios en porcentajes inasumibles, en torno a un 5%, cuando sus
beneficios no dejan de crecer.
De ahí que no es de extrañar que haya surgido un movimiento
entre los investigadores (ver por ejemplo http://thecostofknowledge.com/), que
va tomando fuerza, de no colaborar con determinadas editoriales, no enviando
artículos, no actuando de revisores y negándose a pertenecer a los comités
editoriales. La noticia publicada en The Economist (http://www.economist.com/node/21545974),
de la que he tomado el título para esta entrada, refleja muy claramente esta
situación. Relacionada con esta actitud está también la pujanza creciente de
las revistas con acceso abierto (“Open Access”) que se financian con otros
medios (por ejemplo cobrando a quien publica) o repositorios institucionales en
los que se cuelgan pre-prints de los artículos o incluso artículos ya
publicados en revistas.
Naturalmente estos movimientos plantean un difícil ajuste
con los procedimientos actualmente asumidos de valoración y evaluación de la
ciencia que se basan en la publicación en revistas de alto índice de impacto, y
en las citas de otras revistas a artículos publicados en las mismas. En un
entorno abierto esto resulta más difícil. Lo que es evidente es que estamos
ante un rápido cambio de paradigma en el que, necesariamente, el coste para los
productores de la información del acceso a la información que ellos mismos
producen, no sea tan gravoso, particularmente cuando esa información se ha
generado en la mayoría de los casos con dinero público.
No hay comentarios:
Publicar un comentario